Por Juan Carlos Celle licenciado en Filosofía y
Carlos Marcial Irigoitia Vicepresidente de Tandanor
«El agua es el principio de todas las cosas.»
Tales de Mileto (-VII, época en que los filósofos podían prever cosechas)
La situación hermenéutica propia y, sobre todo, el tenerla presente y clara (transparente) es lo que nos permitirá, en principio, ver nuestro límite y nuestra finitud en el conocimiento y nos muestra nuestra interpretación como histórica.
Como una interpretación que siempre es desde el presente y, si nos dirigimos al pasado, no es para tomar prestados elementos de otras épocas, sino que el pasado aparece en la medida que importa a nuestro presente
Libre interpretación del «Informe Natorp». M. Heidegger.(1922).
En un extenso y arbitrario arco de siglos transcurridos, que va desde Tales hasta la actualidad, y en el que jugamos a destacar la centralidad del agua como arkhé y de ese primitivo mundo acuático donde surge la vida, se nos ocurre situar el notable texto del vicealmirante Segundo R. Storni titulado “Intereses argentinos en el mar”, que fue publicado en 1916 (y reeditado en 1952, 1967 y 2009). Allí, se afirma que el factor geográfico fundamental de la Argentina, a tal punto que decide su destino, es su insularidad. Tanto nuestro país como Chile están “lanzados como cuña al polo sur”, por lo que constituyen una “casi isla”[1]. Del centro de gravedad de la civilización (que para Storni era fundamentalmente Europa) nos separan diez mil kilómetros de vía marítima. Sostiene también que los europeos solo llegaron a nuestras costas cuando pudieron construir “ese complicado medio de transporte que se llamó la nave”. Del mismo modo, arribaron posteriormente las corrientes migratorias de fines del siglo XIX y principios del XX. Eso explica que el sentimiento del mar esté tan presente en dichas comunidades.
Hay, además, dos factores de innegable importancia que, según Storni, nos obligan a desarrollar lo que llama el poder naval. Uno es nuestro formidable escalón continental, que está entre los más amplios del planeta; el otro, nuestra condición de granero del mundo, lo que nos convierte en el primer centro de abastecimiento global. El mar es la gran vía común en la que debe converger todo el interior de la nación, porque toda o casi toda la producción exportable sale de los puertos. Precisamente por eso hay que fortalecer el poder naval, sustentándolo en tres pilares: la industria de la construcción naval, la marina mercante nacional (tanto de cabotaje como de ultramar) y los mercados (que implican una fuerte acción política orientada al exterior). Para todos estos sectores, en los que también está el pesquero y la investigación científica, reclama políticas activas y planes de protección que incluyan facilidades impositivas, náuticas, portuarias y administrativas, manteniendo un estricto control estatal a fin de evitar maniobras especulativas contrarias a los intereses de la nación. El poder naval cierra con una Armada que realice la defensa marítima del territorio argentino. Storni afirma que “la escuadra argentina tendrá siempre por misión resguardar los intereses argentinos en el mar”.
Esta centralidad del mar y de la condición marítima de la Argentina en la concepción de Storni recibió razonables críticas, tanto en sus dimensiones geográficas, económicas y políticas (que la Argentina no es un país insular sino peninsular, que se limita a una concepción agroexportadora de la economía y que no considera el mercado interno)[2], como en su planteo evolucionista (sostiene una concepción darwiniana antropológica)[3]. Sin embargo, es preciso situarla en el contexto de la época y destacar la formidable potencia de su demanda de romper (a la manera en que un rompehielos quiebra el hielo y dispersa los fragmentos) con nuestra realidad de país dependiente a través del desarrollo de las industrias mecánicas, de una marina mercante propia, de pesquerías y de una adecuada marina de guerra. Solo así defenderemos nuestros intereses en el mar.
Si bien es evidente que Storni reconoce la condición de granero del mundo de Argentina, según la división internacional del trabajo impuesta por Gran Bretaña (y que obedecía a la fase imperialista de la acumulación de capital), lo que propone dentro de ese modelo es el pleno desarrollo de la industria marítima en todos sus estadíos: astilleros, armadores y pesquerías. Esto es, una industrialización nacional avanzada que sea el sustento de una marina mercante de bandera propia, que aun siendo concebida para el transporte de la producción agropecuaria (aunque no únicamente en la medida que enfatiza la necesidad de fomentar la industria pesquera), al ir desplegándose y expandiéndose en sus distintas fases, entraría en tensión con el modelo basado exclusivamente en lo agrario, dando lugar a una matriz productiva mucho más compleja.
Segundo Storni propone una potente política de protección basada en una legislación adecuada y en subsidios bien orientados que posibiliten el desenvolvimiento y la integración de todos los aspectos del poder naval; una industria marítima propia que frene el expansionismo extranjero y nos convierta en un país independiente desde el punto de vista económico.
¿Y la realidad de hoy, luego del breve sueño de principios del siglo XXI y la pesadilla de los últimos cuatro años?
Los diques de la Base Naval de Puerto Belgrano cumplen 118 años; la plataforma elevadora Syncrolift de Tandanor, 42; y el astillero Almirante Storni, 38. Nuestra flota mercante aparece disminuida frente a las de dos banderas. Ya vivimos la tragedia de las décadas de 1970 y 1980, y luego la farsa de los años 1990. ¿Será tiempo de empezar una historia nueva, de intentarlo una vez más? Sin duda, tomando conciencia de nuestra actualidad, de nuestras limitaciones y escaseces, pero también de nuestras potencialidades, sin caer en esa propensión de los argentinos de querer refundar todo cada vez, dejando de lado por un momento a los filósofos que pensaron desde el poder y la gloria, sin necesidad de que Atenea salga completa y terminada de la cabeza de Zeus, sin comprar la ecología eugenésica de los países centrales, pero sí escuchando a los pobladores originarios de estas tierras en su amor y respeto a la naturaleza. Realicemos la modesta tarea de juntar miserias y debilidades, porque no se trata de reunir fortalezas para dominar el mundo, sino de juntar retazos para empezar a construir un destino, tal vez no tan glorioso, pero sí más justo. Elijamos para nuestros proyectos la suerte que despreció Aquiles: la de una larga vida no tan llena de esplendor, pero sí de bienestar.
Solo es posible una marina de guerra junto a una marina mercante, como también una explotación marítima sustentable junto a una investigación científica. Pero hoy la Marina no navega y los astilleros no construyen. Los armadores nacionales, que según Storn, debían dominar las rutas del Atlántico Sur, apenas si logran sostener un tránsito de cabotaje costero. Las inversiones del Estado en infraestructura han desaparecido y las de los privados migraron a centros financieros offshore o abrieron astilleros en los países limítrofes, en busca de menos impuestos y salarios más bajos.
Una forma de que los programas y proyectos tengan la continuidad necesaria y no queden olvidados en los anaqueles, como simples buenas intenciones, es que la sociedad los haga propios. Y la manera de hacerlos propios es que los beneficios lleguen a las mayorías. Cuantos más beneficiados haya, más posibilidades habrá de sostenerlos en el tiempo y profundizarlos. Podemos empezar a entender cuáles son nuestras posibilidades en este mundo globalizado, recientemente vuelto sobre sí mismo por la pandemia del Covid-19, pensarnos en un lugar digno en el indigno reparto del mundo actual. Con el optimismo de la voluntad y el pesimismo (pero también la astucia) de la razón. En ese orden, debemos construir una Argentina que defienda, explore, sostenga y proteja sus intereses en el mar.
Ante el reclamo de lo concreto, tal vez un primer objetivo común es abocarnos a obtener la sanción del Fondo Nacional de la Defensa (FONDEF). La industria para la defensa, entre las cuales se encuentra la naval, es una posibilidad de contar con fondos para poder empezar a caminar… y a navegar.
En palabras del vicealmirante: «La política naval es, ante todo, una acción de gobierno, pero es indispensable, para que tenga nervio y continuidad, que sus objetivos arraiguen en la nación entera, que sean una idea clara, un convencimiento de las clases dirigentes y una aspiración constante de todo el pueblo argentino»[4].
Tal es la actualidad y la vigencia del legado de Segundo R. Storni. Como si fuera parte de la Oda marítima del heterónimo del poeta lusitano Fernando Pessoa[5], Álvaro de Campos, que una mañana de verano ve atracar, nítido y clásico a su manera, un paquebote. Venido de muy lejos, el pequeño navío trae, en medio de una tenue brisa, con la distancia y el sentido marítimo de la hora, la memoria de otros muelles y puertos distantes que conducen hacia otra humanidad.
Julio de 2020
[1] Vid. para las citas de STORNI, Segundo R., Intereses Argentinos en el mar, edición de 2009; https://mydokument.com/intereses-argentinos-en-el-mar.html
[2] Cfr. TRIPOLONE, Gerardo; “Segundo Storni, el mar y la desespacialización de la política”, en Geopolítica(s), 2015, vol. 6, núm. 1, pp. 137-152.
[3] Cfr. GARRÉ, Nilda; “Prefacio” de Intereses Argentinos en el mar, edición de 2009.
[4] STORNI, Segundo R., op. cit.
[5] PESSOA, Fernando; Oda marítima, ed. Monte Ávila, 1977.
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